Sergio siempre toma el café frío. No importa la estación del año que sea. Así que, hace años en Eslovenia, intentábamos hacernos entender —con las obvias barreras idiomáticas por el medio — para pedir un café solo y un vaso con hielo, aparte. El resultado de esa inflexibilidad térmica fue absolutamente improductiva y sin embargo, deliciosa; le sirvieron un café solo con una bola de helado de chocolate nadando dentro. No es bonito, pero con todo el corazón, recomendable.
En lo que a mí y al café respecta, durante la mayoría del tiempo me consideré la resistencia. Pero me queda poco — es decir, resistiendo—. En mi opinión el hielo sólo podía venir a estropear las cualidades del café; su calor y concentración, con lo cual, hasta la fecha sólo tomo café frío si el calor me está venciendo en el juego de la vida, es decir, en caso de necesidad.
La razón por la que digo que me queda poco resistiendo es porque tengo suficientes años siendo migrante como para saber que esto no es inapelable. Mi experiencia es lo suficientemente extensa como para identificar que, en este caso, simplemente soy demasiado nueva en lo de beber café con hielo. Al fin y al cabo a los veinticinco años de edad, no me gustaban las aceitunas y a los veintiocho el gazpacho me parecía un concepto triste. Ahora, ambos son pilares fundamentales de mi nutrición física y espiritual.
Es verano y estoy a la mesa con Carmen y otras amigas, me traen la taza pequeñita junto con el vaso corto para el hielo y ya con la taza en la mano, pregunto en voz alta —¿cómo se hace esto?. Ninguna parece escucharme y ninguna me contesta expresamente. Fijo los ojos en Carmen que me responde con un gesto y sin palabras algo que yo interpreto como «con coraje».
Cualquiera diría que una pregunta que empieza en «cómo» no puede ser una pregunta retórica. No obstante, si bien yo sé cómo verter el café en un vaso corto con un hielo dentro, una parte de mí necesita enfatizar mis dudas sobre el éxito de la ejecución; del giro ágil de la muñeca, del ángulo de inclinación, que el hielo colabore… y Carmen intuye que con su respuesta no puede protegerme de un resultado poco satisfactorio.
Así lo hago finalmente, con guáramo, como me dijo Carmen. Y me salieron nada más dos gotitas por fuera del vaso, lo que entendí como un triunfo. Aquello me hizo pensar —no inmediatamente, no soy tan lúcida — en todo lo que no domino, como manejar bicicleta o tener un negocio propio o escribir un libro o apuntarme a una clase o potencialmente vender plazas para talleres hipotéticos que yo cree, y me dije que es verdad, que esas cosas parecen ir mejor sin pensarlas tanto y dándole. O sea que bien podría decirse son otras formas de beber café con hielo que también requieren guáramo: para pedirlas para una misma, para ejecutarlas y para sentarse allí con el efecto.
Con coraje y sin este, ya vamos hacia el tercer taller (¡!) en la librería La Repunantinha, en Barcelona. Si las últimas dos veces te has quedado con ganas de ir, te invito: nos veremos presencialmente los sábados 1 y 29 de marzo, a las 12:30, para abrir y cerrar el taller. En las semanas del medio voy enviando material sobre las lecturas y vamos comentando juntas. Os acompaño a leer, os hago invitaciones de reflexión y registro.
Esta vez el tema que enmarca el taller es el trabajo y quienes han participado en algunos de los talleres anteriores saben que hablaremos sobre mucho más que eso. Se titula “De criadas a influencers: el trabajo en la ficción y la ficción en el trabajo”, este es el enlace para leer el planteamiento y apuntarse. Y en caso de preguntas, aquí estoy.
Se ve que otra forma popular de tomar café frío — no con hielo— es tomar un Mocha Mousse, que si no lo sabíais es el color de este año según Pantone. Lo que yo no sabía es que esta gente tiene veintiséis años eligiendo color del año. Cuando vas a su página a ver cómo lo eligen, está lleno de misterio y en algún momento de la explicación hasta se atreven a decir que el proceso de elección es «puro». Rayando en la comedia, vaya, lo más cercano a la coronación papal que he visto.
Personalmente siento que las razones por las que ahora parecemos más colectivamente conscientes de que hay un «color del año» es porque uno, internet, y porque dos, nos encanta un «momento pronóstico»; prueba de ello son desde Nostradamus hasta aquel pulpo que acertaba los resultados del mundial de fútbol. Pero también porque tres, la estética. Mirad, algo que yo nunca hubiese podido predecir es que de todas las palabras en inglés que existen ibamos a estar diciendo «aesthetic». Primero, es difícil de pronunciar bien y segundo ¿por qué?
Estoy amando muy fuerte una serie que se llama Somebody Somewhere (Max). No hay nada aesthetic en la ambientación o el vestuario, no hay nadie de una «belleza» canónica, y son los personajes de tele a los que me he sentido más unida en mucho tiempo. Es una de las series más bellas que he visto sin que sea estética y es la historia de amistad que necesitábamos todas pero no sabíamos que necesitábamos. No es bonita y es la más bonita, de un tipo de bonito que hace más falta y por tanto, con todo el corazón, recomendable.
Cualquiera diría que para ilustrar un leap of faith, un arranque irreflexivo de valentía o un lanzarse a la piscina, tendría uno que tirar de aquella vez que se tiró en bungie, de cuando se rapó la cabeza o de cuando abandonó ese grupo del whatsapp, pero vas tú y lo relaciones con tomarse un café con hielo, y mira, tiene harto sentido. Si lo piensas mucho no lo haces. Las probabilidades de que todo salga muy bien o muy mal son a priori muy iguales y el asunto se presta entonces para un titubeo eterno que solo se resuelve con eso: con guáramo.
Muy fan, por otra parte, de esa palabra. En su día puse internet patas arriba intentando dar con su origen y lo más plausible que encontré fue que guáramo era el nombre de un pueblo / etnia indígena (algunos dicen que los mismos Waraos) y que por ser muy "arrechos" lo de ser guára(m)o, tener su sangre o sus cojones, implicaba tener su aplomo y el asunto quedó entonces como expresión popular coloquial. Me pareció bonito.
Poner a prueba o dar fe, cada tanto, de guáramo gatronómico está bien. Toca asegurarse de que a uno le siguen disgustando esas cosas que todo el mundo disfruta o hacer un update papilar, no vaya a ser que nos estemos perdiendo de unas delicias por pura costumbre.
Nunca olvidaré la cara de mis padres un día que hice una escabechina pasando el café al vaso del hielo 😂 ¡Mucho éxito con el taller!😍