Mucho antes de que El Secreto —el libro sobre la ley de atracción— y antes de que el verbo manifestar estuviera tan extendido, mi abuela decía que le gustaba usar el perfume Halston porque atraía el dinero. Era su perfume favorito.
Y en estos días que estuve leyendo la correspondencia entre Julián Oslé y Carmen Martín Gaite, donde se muestran los dibujos de ella, sus collages y por supuesto, sus cartas escritas en servilletas, postales o pedacitos de hojas de cuaderno, estuve sintiendo una familiaridad y una calidez interior — digamos— por encima de la media.
Se debía —ahora entiendo — a que Carmiña me recordaba a alguien y yo no había dado con quién hasta que me puse a escribir esto que entonces no tenía la intención de ser material para la newsletter: Carmiña me recuerda a mi abuela.
Mi abuela Victoria nació en 1919 y aunque Martín Gaite era 6 años más joven, su parecido en mi opinión trasciende su contemporaneidad. No físicamente, se me parecen en lo pequeño:
una coquetería con elementos sencillos pero sin querer pasar desapercibida; prueba de ello es la famosa boina de la escritora o este perfume de mi abuela que era de todo menos tenue
una letra cursiva en bolígrafo azul muy similar
los famosos cuadernos de todo de una que se me asemejan al cartón que servía de agenda telefónica y registro para otra
y un by the way en las postales de Martín Gaite que me recuerda al I’m sorry for you de mi abuela como frase mítica de cuando en verdad no lo sentía en lo absoluto
la parte sobre leer
No quiero decir que la correspondencia de Carmiña no fuera un libro satisfactorio porque de muchas maneras lo fue; creo que su amigo Julián Oslé estaba sentado en oro todo este tiempo y que hizo un buen trabajo en ponerla a ella en el centro cuando buscó publicar esta recopilación, pero el contexto a las cartas que sí decidió incluir, se me quedó algo vacío de sentimiento y significado.
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En la carta anterior hablé de Tove Ditlevsen, a quien todavía no supero, y que en sus memorias decía: «(…) iba de niña, de la mano de mi madre, aprendiendo cosas tan trascendentes como que un huevo en el Irma costaba seis céntimos; una libra de margarina, cuarenta y tres; y una libra de carne de caballo, cincuenta y ocho. Salvo con la comida, mi madre regatea con todo, y los comerciantes se retuercen las manos de desesperación y aseguran que de seguir así las cosas, tendrán que echar el cierre.»
Me hizo pensar en que hablamos menos de lo que me gustaría de estas herencias y estoy creando algo para ponerle remedio. Pronto les aviso.
Resulta que Victoria no iba desencaminada. Ya que puedo googlear fácilmente a Halston —el diseñador, no el perfume —, aprendo que tenía razón y que la historia del perfume está muy vinculada con la de Studio 54 de Nueva York, es decir, con gente fina y famosa codeándose en altas esferas.
(También aprendo que a este hombre le han hecho una miniserie de Netflix con Ewan McGregor —quien casi nunca se apunta a nada chimbo — y ahora estoy muy tentada a verla.)
Pero para apreciar correctamente el cariz cómico que esconde la afirmación de mi abuela sobre Halston y sus propiedades de atracción del dinero, hay que saber que ella no le hubiese creído ni los buenos días a Rhonda Byrne — la autora de El Secreto. Su aproximación al dinero era mucho más práctica y de forma activa, mucho más sobre hacerlo rendir y retenerlo que sobre atraerlo «porque quien guarda siempre tiene».
Puedo decir con bastante certeza que vengo de un árbol genealógico localizado en el pináculo del saber ahorrativo y confirmo que este conocimiento ha encontrado su camino hacia mí en más de una manera, con todos sus más y sus menos. Siendo el escepticismo tal vez, sólo tal vez, uno de los menos. O sopesar durante días si me compro unas agujas de coser tela vaquera de 3,97€ por si no les daré uso suficiente.
Por todo lo anterior, nunca he manifestado formalmente y me sostengo pues del plain old anhelo ¡ah! pero creo full en un chorrito de Halston —o similar — y en no poner la cartera en el suelo. [inserte meme de Drake]
Qué ganazas de ver tu creación 🤍