el elefante en la habitación

y la mamá de las unpopular opinions

El elefante en la habitación es que yo nací en Venezuela, como quizás alguna de vds recuerde. El haber nacido en Venezuela me da derecho a identificarme como venezolana y el haber vivido en este otro país por un número de años, el apoyo de mi familia y el haber gastado muchos euros en trámites, me da tantísimas otras cosas buenas e importantes, como haber nacido en Venezuela me dio otras cosas igualmente buenas e importantes. Toda esta perorata para decir, si no es ya evidente, que «hacer» vida en un país diferente al país en el que naciste, en este planeta, es complejo — quizás más complejo de lo que tendría que ser — y suscita sentimientos de la misma naturaleza.

Escribo que es un elefante porque Venezuela ha estado saliendo en las noticias desde el 28 de julio, día en el que hubo elecciones. 

Nada de lo que he dicho hasta ahora es una opinión. Y ese es el problema. 

Echo en falta nuestra opinión en párrafos de grosor considerable, peludos y detallados, y la echo en falta específicamente desde el 28 de julio. Este es mi intento por resarcir tanta omisión, aunque quise convencerme de que no hacía falta la mía en particular, seguía volviendo en mi mente una y otra vez a este texto cuando por lo general, es al revés, los textos no tienen ningún problema en fugarse de mi cabeza.

Me la juego: una de las razones por las que es incómodo hablar de Venezuela, incluso para quienes nacimos allí, es que una vez salimos de aquel contexto, las circunstancias del contexto en sí, los motivos por los que salimos y la gravedad de estos, son cuestionados, dándose casos de venezuelasplaining a mansalva.

Sí, se me ha explicado la situación de Venezuela decenas de veces. Me lo han explicado personas que han estado allí, que no han estado allí, y que estuvieron allí para visitar el Salto Angel, lo que claramente otorga un inmediato expertise socio-político. Y claro, es verdad que yo el Salto Angel no lo he visto…

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Me pregunto en voz alta si en Suecia se dirá «hacerse el español» como aquí se dice «hacerse el sueco». A esto, él me responde si a la ensaladilla rusa en Rusia le dirán ensaladilla española o ensaladilla a secas. Y bien sabemos ambos que buscarlo rapidito en el teléfono podría darnos la respuesta pero ninguno de los dos lo hace, tal vez porque es más divertido dejarlo así, a la imaginación.

Pues bien. No me apetece hacerme la sueca en cuanto a este tema, que está claro, me importa. Será de lo primero que escriba para «la vuelta al cole». Si bien no por patriótica, quizás por egocéntrica, porque fui esa adolescente que en Venezuela se están llevando por marchar en una protesta o por un video de whatsapp. Usaba el mismo uniforme de mocasines, de falda o pantalón azul marino y polo beige. Fui yo. Y sigo siendo yo en muchos aspectos. Estoy desaparecida. Mis padres no saben a dónde me han llevado. No me permiten hablar con ellxs. Me vuelvo loca de dolor.

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Este verano va a ser difícil de olvidar, pero no por lo que yo pensaba. Un día me fui a la cama hinchada de llorar con la actuación de Celine Dion en la inauguración olímpica, cuando cantó una de las canciones favoritas de mi mamá, quien me dejó a Édith Piaf de herencia, entre tantas otras cosas.

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Este verano va a ser difícil de olvidar, pero no por lo que yo pensaba. Me ha dado por desear que ojalá la dictadura en Venezuela fuera de derechas, porque eso facilitaría la concesión del certificado homologado de dictaduras. El C2 de dictaduras.

Ojalá hubiese ocurrido como con Pinochet, así hubiese sido mucho más fácil apuntar al dictador e identificarle en combo con su conservadurismo e ideologías de mierda. 

Pero como no ocurrió así, la dictadura que rige el país en el que nací continúa siendo para muchxs una invención. Un mundo distópico que sólo habita el imaginario de casi ocho millones de personas que lo deshabitaron.

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Nuestra sola migración es una unpopular opinion en sí misma, porque ¿cómo podría haber fracasado algo bajo la etiqueta que nos gusta? ¿cómo podría haber sido utilizado nuestro color para lo contrario de lo que dice el color? ¡Esto nunca ha pasado antes!

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En mi opinión — que es poco popular, como lo dice el subtítulo— nos pueden doler las injusticias por lo que son; actos humanos deplorables. Sin importar bajo qué etiqueta se identifican quienes los perpetran. ¿Una quimera?

Nos sorprende todavía — en tiempos de Dominiques Pelicots—, que los actos terribles puedan venir de un hombre en la casilla «cónyuge», pero — en tiempos de dictadores— me sorprende que dudéis de los actos terribles forjados por hombres, sólo porque no os encaja la etiqueta. Sería lamentable que esa fuera la razón que os hiciera guardar silencio.

la parte sobre leer

Mi verano 2024 también está marcado por Liv Strömquist, a quien — en adelante— le profeso mi amor, y no puedo prometer sea la última vez que mencione.

He leído en las últimas seis semanas La sala de los espejos y Los sentimientos del Príncipe Carlos y no podría elegir cuál de estos recomendar por encima del otro. Sólo puedo enfatizar en que empecéis por alguno, por cualquiera. El primero es algo así como la historia gráfica de nuestra relación con la belleza y el segundo es un ensayo bravísimo sobre el amor romántico.

Qué manera de explicar cosas complejas y de desmontarte la sociedad en 200 páginas y dibujos. ¡Quién tuviera tanto ingenio e inteligencia!

Si la lees porque te convencí, dímelo un día. Pocas cosas me dan más alegría que eso.

Adriana